Y... tenemos vivero
Hay proyectos que no tienen que ser complejos para ser funcionales y bellos. En este post les hablamos de la importancia de tener un vivero y les contamos la historia de cómo lo construimos.
Hace un poco más de tres años, cuando compramos el terreno donde ahora está la reserva, nuestra primer reacción fue ir a comprar arbolitos de especies nativas para acelerar el proceso de restauración. Trajimos robles, pinos romerones, guayacanes, arbolocos, palmas de cera, alisos y sietecueros. Con el tiempo amigos y vecinos nos regalaron plántulas y esquejes de sus jardines para ponerle más color al bosque. También recibimos donaciones de cedros, nogales, más pinos colombianos, alcaparros y palmichas por parte Mauricio Toquica (un mago de la germinación que recolecta semillas por Bogotá y las germina en su jardín en Madrid, Cundinamarca) y de la secretaría de ambiente de Choachí. La mayoría de los arbolitos que hemos sembrado han sobrevivido y, en conjunto con el proceso de restauración pasiva del que les contamos en otro post, el potrero que compramos hace tres años ahora tiene más pinta de bosque incipiente que de pastizal.
Todos estos esfuerzos son necesarios y lo bueno de no cerrarse a una sola estrategia es que, al final del día, el beneficiado es el proceso de restauración. Seguramente hemos cometido varios errores, pero eso es parte de la experimentación necesaria para aprender y hacer las cosas un poco mejor cada día.
Hay, sin embargo, una estrategia en la que intuitivamente no pensamos: tener un vivero de plantas nativas-locales. La misma idea intimida. Armar un vivero requiere esfuerzo, dinero y conocimiento. Hay que aprender de sustratos, fertilizantes, técnicas de riego, procesos de germinación y hay que estar pendiente todo el tiempo de las plántulas, o al menos eso creíamos. Lo cierto es que la idea del vivero ya nos la habían sugerido algunas personas con conocimiento en restauración y las razones son varias:
Restaurar con semillas o plántulas de la zona garantiza que están adaptadas mucho mejor que individuos de la misma especie, pero de otro lugar.
Los costos de transporte y compra de plántulas o arbolitos pueden llegar a ser elevados. De hecho, para traer una suma considerable de arbolitos es necesario pagar un servicio de transporte que puede representar hasta una tercera parte del costo total de la compra.
Varias especies locales pueden ser difíciles de conseguir en viveros comerciales. Además, estos viveros tienden a favorecer especies con atractivo comercial más no necesariamente con un “valor ecosistémico”.
La satisfacción de acompañar a un árbol en su proceso desde el inicio de su vida hace del trabajo de restauración algo mucho más poderoso. No se viene a curar la tierra, se viene a acompañar la tierra en su proceso natural de regeneración.
Al vivero llegamos en parte por accidente y en parte motivados al ver los resultados de personas como Mauricio con sus cedros, nogales y romerones. El año pasado hicimos algunos experimentos de germinación con semillas de cedro y alcaparro con resultados mixtos: los cedros son difíciles tanto en la consecución de semillas viables como en la germinación exitosa y los alcaparros son más generosos tanto en las semillas como en la germinación. El experimento no fue sofisticado. Colectamos las semillas de árboles “madre”, seleccionamos las que a simple vista eran viables y las sembramos en contenedores plásticos (reciclados) con tierra de la reserva sin ningún proceso especial. Para las semillas que germinaron, transplantamos las plántulas a bolsas y estamos a la espera de la temporada de lluvias para sembrarlas.

¿Germinar o “cosechar”?
Luego de este experimento de germinación nos pusimos en la tarea de colectar otras semillas. Trajimos fuchsia, cedrillo y espino garbanzo del bosque, pero nada germinó. Así las cosas, optamos por otras alternativas menos ortodoxas: le pusimos atención a lo que estuviera germinando naturalmente. Si la naturaleza ya tenía adelantado el trabajo de germinación, por qué no ponerse en la tarea de “cosechar” plántulas para transplantarlas luego de un periodo de cuidado y aclimatación.
Este experimento funcionó mucho mejor:
Encontramos un lugar bajo un gran gaque (Clusia sp.) donde habían germinado varias plántulas, las extrajimos con cuidado y transplantamos en otros lugares de la reserva. Un año después, tenemos gaques creciendo en partes de la reserva donde las semillas de este árbol madre no habrían llegado sino después de varias generaciones.
Cuando los arrayanes están cargados de frutos, muchos caen al suelo por la lluvia y luego de unas semanas se pueden ver las semillas germinando sobre la tierra. Tomamos algunas de éstas y las transplantamos en bolsas con tierra negra; sobrevivieron el 100% y algunas ya están listas para sembrar.

Fue así como la población de arbolitos en espera para ser transplantados fue creciendo gradualmente. Entre experimentos y donaciones llegamos a acumular más o menos 40 plantas que, por su tamaño o porque el clima aún no era favorable, estaban a la espera de ser sembradas en su lugar definitivo. Inicialmente las acomodamos debajo de un árbol de alcaparro que les daba sombra y protección de los elementos.
“Construir” el vivero
El alcaparro funcionó muy bien por un tiempo, pero queríamos ampliar la capacidad para poder germinar más plántulas y además necesitábamos un espacio más cómodo para trabajar. Además, la hojarasca y las semillas del alcaparro más de una vez “contaminaron” las plántulas, lo cual hacía el trabajo más dispendioso.
Pensamos en soluciones sencillas para el vivero, por ejemplo construir una estructura en madera rústica y cubrirla con polisombra. Sin embargo, viendo lo bien que había funcionado el alcaparro, nos fuimos por una solución intermedia usando elementos que ya teníamos a la mano en la reserva, siguiendo las recomendaciones de Mateo Hernández.
El terreno donde está la reserva está rodeado por grandes peñas y en algunas partes se pueden encontrar nichos naturales conformados por dos o más rocas que ofrecen protección natural al viento, al agua y al sol. Para nuestro vivero, escogimos uno de estos nichos que además está rodeado por algunos cordoncillos y alcaparros. Con esto, el vivero estaba casi listo, sólo tuvimos que amarrar la polisombra a los troncos de los árboles para tener la protección de la hojarasca y poner sobre el suelo un par de módulos de fibrocemento que nos sobraban, para tener una base estable donde trabajar.
Llevamos poco más de un mes con el vivero y nos ha funcionado muy bien. Aún nos queda espacio, pero ya estamos buscando otros nichos similares para poder ampliar la capacidad. Esto porque desde la germinación hasta la siembra definitiva pueden pasar meses y los ciclos de producción de semillas del bosque no dan espera. Cuando los árboles producen semillas toca aprovechar para germinar o “cosechar plántulas”.
Tener un lugar donde germinar y aclimatar los arbolitos es de suma importancia cuando se están haciendo procesos de restauración asistida y tener un pequeño vivero es un paso para lograr la autonomía en el suministro de plantas. Además, dependiendo de las condiciones del terreno, la tarea se puede hacer sin grandes obras de infraestructura y el resultado es sumamente gratificante.