Descontrol
"Restauración" y "control" no dejan de ser conceptos creados por nosotros los humanos. La naturaleza, como ya lo hemos contado antes, tiene su propia agenda.
El invierno debería estar próximo por la mezcla de la llegada temporada tradicional de lluvias y el esperado fin del fenómeno del Niño. Con el clima impredecible nos asaltan profundos dilemas asociados al control: ¿deberíamos esperar unas semanas antes de sembrar a ver si sigue lloviendo? o ¿deberíamos aprovechar la lluvia así sea efímera?porque hemos aprendido a las malas que sembrar en verano suele ser una mala idea. También pensamos qué combinación de especies deberíamos plantar, a qué distancia unas de otras, cuáles serán los mejores lugares de siembra, etc. En el mundo hay expertos para todo y nosotros a veces seguimos los consejos de ellos pero otras muchas veces no, simplemente experimentamos. El costo de la experimentación en un proyecto como el nuestro puede ser alto, sin embargo los aprendizajes son invaluables, así que de vez en cuando soltamos el miedo y tomamos decisiones que, a pesar de ser malas, nunca serán desastrosas. Y nunca serán desastrosas porque, a menos que realmente nos pongamos en la tarea de destruir o contaminar el lugar, el bosque va labrando su camino. La ilusión del control, tan persistente en nosotros logra algunas cosas, pero el show principal se lo lleva la aparente aleatoriedad del bosque.
Hay una especie que nos gusta mucho sembrar, no solo porque es nativa sino porque era predominante del bosque primario en la zona de la reserva. Nos cuentan las personas mayores que el cedro (Cedrela montana) abundaba en la zona y que sus abuelos lo usaban para producir carbón y venderlo en Bogotá. Una vez pelado el monte el siguiente paso era cultivar papa y ya recientemente la producción se volcó principalmente hacia la ganadería a pequeña escala. Estos tres procesos no sólo diezmaron el bosque sino que impidieron que nuevas generaciones de cedros y otras plantas se reprodujeran. Por fortuna algunos quedaron en pie y estos individuos que están ahora en edad reproductiva (deben tener al menos 40 años), de vez en cuando nos mandan semillas.
Hace unas semanas Valentina (sobrina de Mafe) sembró un cedrito que teníamos en el vivero listo para transplante. Depejamos la zona muy bien con el azadón y luego abrimos el hueco para el transplante. Valentina sembró el arbolito, lo regó abundantemente, le construyó el respectivo perímetro de protección con piedras, y luego de que sembráramos varias arbolitos más, nos devolvimos contentos a la cabaña a descansar -sembrar genera gran satisfacción, pero también es un proceso agotador físicamente sobre todo para nosotros, frágiles citadinos. Al día siguiente Mafe recorrió la zona de la siembra y encontró muy cerca del cedrito, entre la maraña de pasto kikuyo, otro cedro creciendo por su cuenta. Nadie lo había sembrado, nadie había despejado el pasto ni cavado un hoyo perfecto para desarrollar sus raíces saludablemente.
Esto nos ha pasado y nos sigue pasando: planeamos cuidadosamente siembras (lo cual no está mal) para garantizar que sean exitosas pero a veces cometemos “errores” y algunos arbolitos mueren. En contraste, encontramos por ahí cedros, alcaparros, manos de oso, tintos, calabacillos, tunos, cordoncillos y arrayanes creciendo en las condiciones más adversas. Este cedro que encontró Mafe, por ejemplo, estaba creciendo como una enredadera, su tronco serpeando debajo de la maraña de pasto y emergiendo a la luz por un claro para, ahí si, crecer verticalmente “¡como debe ser!”.
Nuestro método de restauración ha ido mutando con el tiempo y las lecciones de humildad como la que contamos arriba. Hay algo clave en este proceso y es vivir con o cerca de los árboles que plantas, no para controlar sino para observar en el tiempo.
Un boceto del método actual sería algo así:
La primera pregunta para hacerse y tal vez la más difícil de responder es ¿restaurar qué? Como mencionábamos en un post anterior, es casi imposible regresar un lugar a su configuración original y no está de más cuestionarse el valor práctico (y ecológico) de hacerlo.
Planta cuando quieras, como quieras y donde quieras. Si muere o hace que otros mueran, seguramente fue una mala idea, pero también acepta y aprende de la muerte, no te lamentes.
Si tienes suministro natural de semillas (árboles en edad reproductiva produciendo semillas viables) observa dónde siembra el bosque y pregúntate por qué sembró ahí. ¿Será la sombra? ¿El agua? ¿La comunidad de plantas vecinas? ¿La tierra o los nutrientes?
Probablemente este es de los pocos puntos en los cuales el control tiene un uso real. Todos tenemos antojos, pero si quieres sembrar alguna especie exótica (ojalá con una razón válida), o nativa pero que no es de la zona, estúdiala antes de sembrarla y si tienes dudas mejor no la siembres.
Toma fotos, escribe o dibuja si se te facilita. Siéntate debajo del arbolito que sembraste o que el bosque sembró por ti, siente lo que se siente estar ahí. Si te vas a poner en la tarea de sembrar un bosque, habítalo.
Recuerda que ese lugar que estás restaurando con suerte vivirá décadas o siglos después de que ya no estés acá. Tarde o temprano tendrás que soltar el control.
Lo que queremos enfatizar es que los caminos a la restauración son variados y no hay fórmulas. Aunque este “método” nos ha funcionado, en realidad debería haber tantos métodos como proyectos. El conocimiento académico y científico es necesario, pero tiene límites porque, a pesar de intentar ser universal, está basado en contextos que muy seguramente difieren del propio. El conocimiento tradicional, especialmente de la región, es más coherente no sólo con la geografía sino con la historia del lugar. Para complementar las dos anteriores, se debe experimentar. Restaurar es un camino en doble vía porque cada proyecto tiene una idiosincracia que no sólo genera cambios en la zona restaurada sino en los individuos que la restauran.