La lluvia comenzó a las 12 del día, lo cual es extraño para esta época del año en Choachí ya que deberíamos estar en pleno verano. Josecito, quien nos ayuda a cortar el pasto alrededor de la cabaña, paró de trabajar, algo raro en él que no se intimida con una llovizna. Hacia las 4 pm el día se había oscurecido por completo y sonaban truenos a la distancia: llevábamos más de 3 horas de lluvia intermitente y la cosa no pintaba bien. Uno de tantos rayos afectó la torre de comunicaciones, a unos pocos kilómetros de nuestra reserva, dejándonos sin conexión a internet. A las 7 pm la tormenta estaba sobre nosotros, los relámpagos centelleaban cada 3 ó 4 minutos y la tierra se estremecía; era algo que ya habíamos vivido un par veces, así que seguimos con nuestra rutina sin alarmarnos. Pero algo no se sentía bien, la lluvia no amainaba y entrada la noche la quebrada bramaba con una furia sin precedentes. Sentimos la tierra moverse bajo nosotros y fue claro que lo que estaba pasando no era normal: estaba oscuro afuera, no podíamos ver nada, pero sentíamos la furia del agua en el cuerpo. Sobre la medianoche escampó por completo y la curiosidad de ver lo que había pasado nos hizo salir e ir a la parte baja de la reserva. Lo poco que pudimos ver en medio de la oscuridad era dantesco. El río se había metido en la reserva.
Share this post
Des-romantizando la conservación (parte 1)
Share this post
La lluvia comenzó a las 12 del día, lo cual es extraño para esta época del año en Choachí ya que deberíamos estar en pleno verano. Josecito, quien nos ayuda a cortar el pasto alrededor de la cabaña, paró de trabajar, algo raro en él que no se intimida con una llovizna. Hacia las 4 pm el día se había oscurecido por completo y sonaban truenos a la distancia: llevábamos más de 3 horas de lluvia intermitente y la cosa no pintaba bien. Uno de tantos rayos afectó la torre de comunicaciones, a unos pocos kilómetros de nuestra reserva, dejándonos sin conexión a internet. A las 7 pm la tormenta estaba sobre nosotros, los relámpagos centelleaban cada 3 ó 4 minutos y la tierra se estremecía; era algo que ya habíamos vivido un par veces, así que seguimos con nuestra rutina sin alarmarnos. Pero algo no se sentía bien, la lluvia no amainaba y entrada la noche la quebrada bramaba con una furia sin precedentes. Sentimos la tierra moverse bajo nosotros y fue claro que lo que estaba pasando no era normal: estaba oscuro afuera, no podíamos ver nada, pero sentíamos la furia del agua en el cuerpo. Sobre la medianoche escampó por completo y la curiosidad de ver lo que había pasado nos hizo salir e ir a la parte baja de la reserva. Lo poco que pudimos ver en medio de la oscuridad era dantesco. El río se había metido en la reserva.